Breviario de poesía.
Antes que todo, debo de confesar un postulado muy
personal: la escritura para mí,
no sólo es una constancia o un registro del acto que da
forma a aquello que está en
la potencia de ser, o el negativo que se da a nuestra subjetividad. La
escritura, por el contrario, me parece la expresión
existencial de un deseo humano ineludible, orgánico,
por cerrar ciclos de la vida. No puedo pensar en ella como otra cosa, otra
potestad. Y es que no quiero enclaustrar a la escritura bajo un horizonte impúdicamente mecanizado. Me resisto a considerar los
procesos creativos, estéticos,
los modos de referencialidad del lenguaje, ya sea a los ojos del escritor y del
lector, como un mero y rústico
acto programático de taquigrafía. De ser así,
siento que me llevaría a rastras, la
infinita tristeza de una suerte de desesperanza.
Consiguientemente, configurarme en un ser taquigráficamente, implicaría
que toda expresión de un “algo” no es
más que decir que se pone en lugar “ése algo”, en la medianía
de lo disponible y con un grado de verosimilitud a un real-inteligible. Pero
allí no hay ningún
fenómeno original, y más
bien, la adecuación y normalización de la experiencia a estructuras de simbolización colectivas. En otras palabras, no seríamos metafóricos,
sino analógicos.
Declarar que la escritura –y hablo aquí de la poética–
no es una sistematización
de mundo, sino clausura y costura, es lo realmente significativo a la ocasión de crear y analizar poesía. Desde mi posición,
clausura de mundo significa que el lenguaje poético
es acusar recibo de un llamamiento sobre algo que está fuera de toda estandarización, de una existencia que no tiene espacio de expresión, y sin embargo, deambula y persiste en el tiempo;
vale decir, en la temporalidad del cuerpo y la memoria del poeta. El poema es
una testificación de un tiempo vital
que ha sido ocupado en vano, desaprovechado por lo viviente, y de allí su razón
de ser (querer ser puesto en lugar, aún
en su rotunda imposibilidad). Tesis fundamental de este poemario, pero que
puede ser aplicada a toda forma de literatura o uso del lenguaje con
directrices estéticas.
Escribo y recuerdo a Kafka, quien señalaba en su singular visión que “el
tiempo pasa, y yo en vano con él” ¿Qué
implica esta afirmación, pues, sino la
declaración de una razón primera del acto de escribir, como la instancia de
dar cuenta en el lenguaje que hay algo que ha sido dejado sin atender, y que en
tanto olvido, cobra validez? Es más:
sólo se escribe porque hay algo que no se hizo, que no
se cumplió. Aquello que está completado –o dicho- deja de ser un espacio
gravitante, y pasa al orden de lo íntegro
e inamovible, que descansa en lo consumado. El acto poético no puede dejar más
de sí, que el sesgo de la fragilidad de la vida que allí atestigua en sus procesos aplazados, sus registros
latentes, y ondulantes, la experiencia no acabada del autor y del mundo. Los
grandes socavones de la vida, material nutricio del poeta, son el tiempo y la ética. En sus puños
radica la inconsistencia humana, la condición de
intersticio de todo lo puesto en la existencia para el hombre, y por sobre
todo, la fatalidad de ser condenados a deambular a través de las cosas con una pluma en la mano, sin ser
necesariamente definidos de escritores, o de artistas en general.
El tema primordial de este poemario es el tiempo, en
su forma de cierre. Y es que me parece urgente que su condición metafísica-existencial
en el sujeto-hombre deba ser subrayada, ya no tanto en su estatuto de proyección –de
la voluntad, la conciencia o de sí- sino
más bien en la forma de una introspección del error y de la falta. El tiempo solamente es
percibido en su naturaleza aplastante cuando nos detenemos y somos arrollados
por su falta, su pérdida, o bien, por
su manifestación como límites biológicos
o sensibles. Pero el tiempo es una cosa que apela a todo en una forma de ayer.
Más aún,
en la falta que nos hacemos de él,
las experiencias que nos otorga el tiempo son siempre de un carácter efímero,
y también pendiente e informe.
No cerramos capítulos de nuestras
vidas por la falta de tiempo, sino por el error de no reconocer la temporalidad
de nuestra existencia, la finitud de nuestro paso y la tozudez por la esperanza
de una infinidad del alma o de una reincidencia
de lo vivo. El poema es lo introspectivo, un mirarse a sí y al mundo desde un movimiento de contradicción: la paradoja de legitimar en lo creativo la catástrofe de lo que no pudo ser real, y el deseo interior
de pensar desde la imposibilidad absoluta, que en lo humano pueda haber una
realidad sin reglas, y un modo de Ser restaurado que existe conscientemente
desde un carácter de pasado, pero
hecho vivible en presente. En otras palabras, hacer axiomático que somos seres utópicos,
porque existimos en su fracaso. Esto es lo significa ser “costura”.
Un poema es una mirada antropológica hacia la realidad, a la vez que la atestiguación de lo cósmico
en lo humano a través de un lugar
figurado en el tiempo. Pero la poesía
no es hierofanía, no es un mito, no
es mistificación del Yo ni
subjetivación del objeto, por lo
menos completamente: la poesía,
y todo arte, es un extravío a
través de la negación y
afirmación absoluta de su
naturaleza en el tiempo histórico
de su germinación. Un poema
manifiesta la negación de su propio
sentido, la clausura de su acometido, el desengaño
de su expresión reivindicadora. Y
sin embargo, en tanto que creación,
vuelve real lo imposible, y da una cuenta positiva de la privación utópica
del pensamiento que vive sin realizarse. Kitaro Nishida lo desarrolló bajo el concepto de “Mu-ga”, un salirse de sí que conlleva un aniquilamiento tanto del sujeto y el
objeto en la autoexpresión
del Mundo. Yo lo defino como “coser el tiempo en el lugar”: la poesía anuda la vida hacia delante y hacia atrás.
Ahora bien, al acto poético
también puede asignársele
un cierto sesgo ético, o un campo de
reflexión que implica dejar
en manifiesto que todo uso del lenguaje es siempre una contribución y una problematización
de un proyecto de ideal; pero no la pretensión de
la poesía o del autor, sino
del ser humano. Todo poeta contribuye ética
y estéticamente a la formación
de una idea de ser-humano, dejando en advertencia su naturaleza, su conducta,
sus riesgos, su clasificación,
su categoría. Y esto no es menor,
porque este poemario también
promueve ese horizonte a través
de la evidencia de la fragilidad y el dolor ante la vida; la expresión contenida de los espacios anulados, suspendidos,
flotantes, distanciados u ocultados por la misma sociedad, y que hacen agua en
la intimidad. Estos poemas revelan esa dimensión
que rehúye todo hombre, y
que debe ser afrontada y pensada: la oportunidad de entenderse como un organismo
que, azarosamente, de tan infinitamente pequeño
que es, puede echar un vistazo momentáneo,
tímido, en lo absoluto, y luego volver.
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