jueves, 30 de abril de 2015

Lo ético-poético: un lugar del Ser-humano




 El presente escrito introductorio fue presentado en el café literario organizado por la UMCE, el día 28 de abril de 2016.


Ante todo, y más que por el requerimiento de una formalidad, quiero corresponder encarecidamente a la invitación que María Elena Arriagada y Roberto Aria del Departamento de Educación Básica de la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación me extendieron para estar aquí. Mi agradecimiento es por un doble motivo: uno, por invitarme a participar de este original café literario, en lo que meramente protocolar, obedece en ocupar un lugar de discusión, y segundo –lo verdaderamente importante– por posibilitar un espacio de debate crítico sobre un campo-problema tan sensible, enmarañado y oscurecido en la coyuntura del medio local, como lo es la ética. Concepto que, esperamos, en esta sesión logre un realce, una saturación por presencia e incidencia. Y digamos más, con un añadido especial: sobre el ejercicio de lo cotidiano.
Mi presentación no es más que la introducción a un problema con un carácter de ensayo, auto-expositivo, pero conjeturo tendrá sus rendimientos y solidaridades en una eventual investigación, mucho más acuciosa, mucho más definitoria. Empezaré con algo que María Elena me dijo al invitarme: el título –para el café literario– está en directa atención a la escena nacional, esto es, mordiendo en la crisis política, el deterioro de las instituciones públicas, el sospechoso movimiento entre la política y los negocios, el estado general de incertidumbre y recelo con las autoridades, en fin, el descontento social. Y al reflexionar sobre esto, al sacar a luz los hechos, y a contrapunto de lo que este café literario propone, parecería constatarse que ni lo político, ni lo institucional, ni lo jurídico está en una articulación de heteronomía con lo ético. La ética no tiene un desborde problemático o un repliegue como punto de vista.
Qué duda cabe, que a día de hoy, se reflexiona fragmentariamente, con una insistencia de mosaico, lo que a todas luces es un fenómeno social (multidimensional): así, los fiscales quieren esclarecer exclusivamente el delito penal, conjurar como verdad el principio de legalidad; los políticos tácticamente salvaguardar su sitio como clase política, su plena representatividad (y bástese con escuchar a Hernán Larraín intentando con ahogo mortal conducir la discusión en Tolerancia Cero hacia lo exclusivamente político); y la sociedad, por su cuenta, gestiona el patíbulo del juicio valórico, moral –en el ya inconmovible lema “que se vayan todos”–. Pero la ética, tal parece, está desterrada como ejercicio introspectivo y una lógica examinadora de los actos. La ética está en el territorio de lo injustificado, en el lugar de la acusación vana y la ornamentación consideren, por puro ejemplo, la empuñadura del concepto en las palabras de la Presidenta, en una suerte de mea culpa anticipado–. Pero este fenómeno de la eventual corrupción de la clase política, que causa escozor e indignación a la vez (depende desde dónde se situé cada quien), no es lo nuclear que ha sido puesto en crisis, sino la puntada inicial de un trasfondo que es transversal a todo hombre, y que se encuentra socavado por fatiga: es el progresivo hundimiento de una concepción de Ser-humano.
Lo ético – en esa eticidad del espacio cotidiano, de la acusación pública y el debate comunitario–, me parece, toma posición privilegiada hoy en día: activa un esbozo de programa reconstitutivo del Ser-humano. Según recuerdo, puedo no ser preciso en la referencia, en Schiller ya asomaba un análisis contiguo: él comparaba al hombre moderno con el hombre griego; y mientras éste último poseía un conocimiento general, densificado y organizado de distintas disciplinas, en el hombre moderno persiste la especialización del saber, un aferramiento a lo específico. Habría, pues, un hombre de una sola dimensión. Visto desde un punto de vista antropológico –y digamos, ontológico si se quiere- el ser-humano está totalmente particionado: la dimensión política, estética, religiosa, ética, etc., son dimensiones desvinculadas, sin un programa cohesionador. A contrapelo, yo propondría un intento –capcioso, pero voluntarioso– de ponderar esa unidad, precisamente, desde la ética. Entendámosla, por de pronto, bajo la fisionomía de un campo reflexivo de lo humano, de su proceder, su conducta y su proyección; como una instancia existencial con asomo hacia una concepción metafísica. Y como he sido invitado a condición de poeta, sería bueno hablar de la ética en común con la poética, en el ejercicio de ser humano.
Pensar el ser humano como el lugar de lo ético-poético, es atenazarlo en un modo de ser singular, un ser de las decisiones, y en las que pueden procurarse en el ámbito de lo cotidiano, en la forma de lo interpersonal –puesto que sólo se decide en virtud de un otro–, como en lo introspectivo. Pero más aún, el fundamento de la decisión, es su reflejo como un sentido que proyectamos a las cosas. Nuestra dimensión ética surge cuando ofrecemos sentidos, vigencias al mundo, esquemas referenciales: la cuestión de la ética, en virtud del sentido, se densifica tres artistas: una semántica, una existencial y otra metafísica, de manera co-participativa. Eso nos define en la medida que como entes buscadores de sentido. Pero tiene otro añadido: buscamos pretendidamente una verdad que nos permita habitar de la mejor manera posible el mundo, y esa manera es la de hacernos sentir partícipe como sujetos y como comunidad de la realidad. Hay siempre una expectativa de hallar la mejor posibilidad de mundo, hacerlo posible y prolongarlo. Lo poético y lo ético son dos rutas de construcción de lo real y de lo humano. Por tanto, son un actuar: contienen inquietud cardinal y acción contestataria. Es verdad: contrariamente, uno puede pensar que la ética es un cúmulo de tesis o enunciados que, con un carácter de leyes generales, determinan los modos del comportamiento moral, valórico, del hombre. Pero hoy en día, no parece ésta una definición, sino una restricción, una clausura.
La ética es un campo decididamente plástico,  un lugar de constante problematización sobre la propia voluntad en relación al otro, sea éste el mundo, la comunidad, la familia o el propio ser. Es una extensión, un emplazamiento de la existencia del hombre hacia una metafísica del ser. De otra orilla, cabe suponer una cierta adherencia de lo poético a categorías sobre la recepción, la sensibilidad, o sobre lo que el mundo nos dona y acusamos recibo como testimonio lingüístico y artístico. Creo que esto es también una notoria reducción. Lo poético es actividad configuradora. Es apertura.
Una unificación de estas dos dimensiones bajo el prisma ontoantropológico, sería interrogar lo siguiente: ¿hay una ética del poeta o el escritor? Y con esto quiero decir: ¿es esto simplemente el debate crítico-hermenéutico de una obra o de una poética? ¿Cabe pensarse el asunto de la ética como una heurística de la creación literaria? Más, acaso, en todos los casos pareciese que estamos hablando siempre sobre el contenido empaquetado de una novela, el sentido o mensaje último de un poema: y es que la expectativa del lector hacia una suerte de ética del poeta, estriba meramente en los rendimientos estilísticos o semánticos de su motivación ideológica, su horizonte político o sobre su articulación con la coyuntura de la esfera social. Pero, y si antes del contenido del texto, ¿hay una ética sobre el propio lenguaje, y una puesta en cuestión del acto de la escritura en tanto que toma de posición de la palabra? ¿Qué es una ética con el lenguaje y no con su contenido?
Por de pronto, asoma un esbozo: el escritor o poeta debe hacerse cargo de que se escribe en tanto que un tiempo de escritura que le fue puesto en prenda. El escritor se hace examinar por lo ético cuando acusa conciencia al llamado del acto de escribir; y discute, conjetura, discrepa, somete y enarbola los principios de esa invocación, en ese tiempo, y sobre la infinita potencia de un sentido, que siempre está disponible a una comunidad.
Para terminar esta primera pincelada, y para aquellos, en fin, que estudian Pedagogía como un camino vital de realización personal, y que persisten en la carrera docente como lugar de mirada del mundo, cabría preguntarse: ¿dónde se fundamenta vuestra ética? Si ya hablábamos de lo poético como proyección hacia una idea del ser-humano, ¿es legítimo decir lo mismo de lo pedagógico?

No hay comentarios:

Publicar un comentario

 

Template by BloggerCandy.com