domingo, 20 de septiembre de 2015

Homo Religiosus.



Día tras día, de modo estúpido en el baño al peinarme o con gruesos granos de café en las venas, antepongo por fundamento interno y en una oculta constelación, la pretensión definitoria del hombre en lo trascendente. Pero todo, por aguas subterráneas. Como si en cada acto de lo humano, hubiese que buscar la coartada de una salvación, de una razón nítida para no estar en contra del Ser, de su imperativo, a un modo de efecto por mala invocación.
Aquello es el resultado achacado a una suerte de fatalismo-determinismo, o un movimiento reflexivo que fue desencriptado de sus expectativas. Pero no su índice. Lo terrible es la caja musical abierta: la bailarina moviéndose con su tutú romántico, y esa partitura rematada que no la deja descansar de su coreografía, o tal vez es la danza, la que hace que las cuerdas no guarden su silencio.

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