Día tras día, de modo estúpido en el baño al peinarme o con gruesos granos de
café en las venas, antepongo por
fundamento interno y en una oculta constelación, la pretensión
definitoria del hombre en lo trascendente. Pero todo, por aguas subterráneas. Como si en cada acto de lo
humano, hubiese que buscar la coartada de una salvación, de una razón nítida para no estar en contra del Ser, de su imperativo,
a un modo de efecto por mala invocación.
Aquello es
el resultado achacado a una suerte de fatalismo-determinismo, o un movimiento
reflexivo que fue desencriptado de sus expectativas. Pero no su índice. Lo terrible es la caja musical
abierta: la bailarina moviéndose
con su tutú romántico, y esa partitura rematada que
no la deja descansar de su coreografía,
o tal vez es la danza, la que hace que las cuerdas no guarden su silencio.
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