viernes, 9 de enero de 2015

Errante IV



Poetas muertos sobre las calles salen a despedirme entre carcajadas.
Soy otro el que ahora soy.
Me escupen y me gritan sus palabras; filosas miradas a mi corazón sobre un ventisquero,
a mi dolor que versa y se renueva en una ciudad que no tiene fin.
Poetas muertos son los que se llaman como yo,
y son los que viven y muerden sigilosos el sonido de mi voz,
marchitándose con un profundo dolor.

¿Alguien quiere, alguien, verme el alma?

Necesito perderme un rato,
caminar solo con el mundo, huir,
y abrazar los términos enarbolados donde los sueños nacen del espíritu como si fueran uno.
Pero no les bastará a ustedes, los que me ojean con sus feroces dientes,
sepultarme con falsas flores tejidas,
con cruces investidas, para nacer otra vez, más puro, más
transparente,
sino una planicie en la máxima soledad progenitora,
y allí perderme, y dulce y desnudo,
fundirme con la espesura de la tierra como si se tratase
de un noble párpado antiguo.

¿Ves
el sombrío humo que cruza mi cuerpo, tan similar a un crepúsculo esclavo y
sangrante?

Pasa la vida sobre los tejados, retumbando el metal:
no quiero que me recuerden
por mi voz de tortuga,
ni por mi rostro redondo que se cansa,
y que no sepan que en el viento de la vida las manzanas caían
ahogadas entre mis palabras,
cuando yo las comía entre el oscuro secreto del cosmos.
Déjenme con mi corazón que parte tras tus ojos,
volando,
sobre la memoria de la noche.

En mis sueños hay un errante para mí y una poesía que te busca.
Hay un camino con árboles que ondulan
sus últimos frutos a través de un sol rojo.
Hay una migración.
Hay un pájaro muerto.
Y húmeda y dilatada como la lluvia,
allí tú estás viviendo y esperando, mujer, en el transcurso de las hojas,
y yo te escucho y voy a tu espera, para vivir cantando como canta un pájaro mudo.

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