Es
de ilusionarse que este año
2015 sea un despertar de la somnolienta vida, casi anónima, en que ha llevado a un hombre,
a medio camino del poeta, y a medio camino de la filosofía, ante un lienzo donde debe pintarse
con una venda en los ojos. Sé
que no es más que un sueño la realización de mi ser, un tránsito oscuro por espacios oníricos, por faros y oleajes infinitos,
en que el mundo se aspecta para ser sentido, redondeado y desesperanzado, sin
razón aparente. No hay tal cosa como un
despertar del espíritu, una
crisis de la existencia o una ruptura con el destino para ningún hombre por sí mismo.
Simplemente
se deambula, y hay algo allí
también de placer.
Pero
ya es momento que, por lo menos, desde la decencia de la estéril gratuidad de mis palabras, haya
en mi voz infravalorada, una plataforma de ser, de desgranarse el sentido del
mundo en el propio juego de no ser propiedad de nadie, y sin embargo, venir
desde todos lados.
Este
blog es un espacio de autoafirmación,
difusión e
introspección de la
actividad poética que he
llevado desde hace cuatro años.
Un matadero del tiempo, una viña
de uvas pobres.
Es
algo así como un
diario de vida de un poeta, si quiere, o un acto metodológico de dar cuenta -por lo menos en
el intento vale-, de ese experimentar la experiencia de haber creado algo tan
irrisorio, y hoy en día
tan inútil, como lo
es la poesía.
Y
no cualquier poesía, sino de
aquella en que va andando lleno de esperanza, hacia ningún puerto.
Dejo
con ustedes el primer poema del libro "Caballos planetarios" (2012),
"Obertura".
Sobre
un claro de luna.
Cuando todo está claro, en el tenue asomo, o desde lo
simiente,
yo penetro la sustancia misma como el
día que
clarea,
pero no de incoherentes líneas mías, sino por anchos puentes,
extremidades de lenguaje invisible, ido, extraviado,
que de un lado a otro cruzo encima de
una cimbra de mutaciones, y en el agua, como en el espejo, las apariencias
emergen junto a un loto,
decorando y desnudando la pregunta de
los cisnes.
Análogo a un monje, sobre mí alguna vez desgranaron los sonidos
en la forma de una cascada de hondos tambores.
De cuándo fue la primera descarga, no tengo
recuerdo, pero al darme cuenta fue soberana mi conciencia del fondo hosco,
de que tanto el ruido y el silencio
son una misma condición
humana, sobrepuesta en la vida y que reposa en su subsistencia por el
encadenamiento de todas las cosas.
Así, pensé en mi viaje como un significado en
el vacío.
Bajan las montañas rebasando la tarde, y el cielo es
un corazón rojo:
ya sabemos que
para el espantapájaros
sólo con el viento se alcanza a ser.
Empero, ¿para qué la vertical montaña, si antes de la altura, las flores
del té ya habían instituido en el camino su base y
su unidad?
Me detengo a contemplar tu falda
blandida, macizo colosal, y aquí
que pasen las días
con sus tiempos.
Hombres nosotros, bajo tu techo.
Yo me sentaré sobre las raíces inadvertidas que cruzan el ciempiés, para que me aceptes aquí dormir, como a una piedra, como a
una musaraña,
si en ello se describieran mis ojos,
si en ello la ocurrencia de nuestro encuentro cosieran orillas de tus altitudes
o alzara invocaciones a los monjes pobres.
Pero yo sólo te pido una cosa: deja a mi alma
tranquila que se desate en el llover.
II
Sopla meciendo, el viento, tu velo
auroral, y siento en mí
una palpitación
indecible:
cómo ciego y mudo, me silbaban, de
hojas estridentes, de piélagos
misteriosos, yo sordo…
yo nieve…
lejos cantaba una redonda mácula, volaban inimaginables alegorías, siendo o sido, por las nubes
entre los gorriones…
¡ah! sobre mi alma adolorida yace una
luciérnaga,
y al mismo tiempo un clavel florece fitomórfica estalactita de torno nómade,
maraña instituida que de vidrio mortífero su claridad a posarse para
siempre se vino sobre mi ventana;
Allí se estableció, como un silencioso torrente
desbocado en mis sueños,
o como un pájaro
herbáceo que
echó sus
afables raíces
tras la yema de un crepúsculo
tendido sobre un tiempo imaginario:
Vuelas hacia mí, sin ser visto, y te posas en mi
alma, que es tu alma,
y cantas el polen, y perfumas la
estancia castaña
de tu domicilio, porque no es el sol el recipiente de tus graznidos, ni atolón,
el límite enhiesto donde se despliega el
brillo dorado del amaranto, pero, y si a veces ya no creces, ¿dime, si no, qué será, aquello de lo que te detuvo al
nacer humano?
III
¡Ay alma!, misteriosa la anchura de
esta ave, o el lugar de esta flor, que pasa entre abrazos por el cielo, aromas
bajo la tierra, mezclando azulino raigambre:
pasa, pasa, pasa como un pensamiento
vistiendo de plumas su sombra oscura, pasa y pasa, sin contenerse, explorando
el territorio de mi cuerpo finito, de arena calmosa,
de río quieto, desatándose en la desembocadura de mi
mente:
oh pluma, dedo de silencio en la
arandela del escritor, se advirtió
en tu croquis ficticio toda la fuerza del viento,
ósculo plácido que la vida nos contaron de los
nubarrones, ecos provenientes de los espíritus innumerables, otros, desde
senderos remotos:
aquella ave anidó en mi descanso, bajo su corola
vegetal de sueño
eterno, o una raíz
espiritual que nunca yo supe diferenciar…
aquel oigo de yo, oídlo, es el pequeño clavel de la ventana,
la flor que entona en su florescencia
una burbuja de polen, contenida, en la alturas más altas donde nace su estrío y como un idioma regresó para hablar el hablar de todos
nosotros.
IV
Y luego la noche ronca en mis oídos.
Y es la hora de escribir.
V
-De una hoja, se quedaron tras sus
voces los últimos
otoños.-
VI
Cuando llega la noche estrellada,
a las parcelas levanto mi oración del cielo, entelequias de la más alta llanura, galernas silvestres,
en cuya prolongación
se fragua vigorosa la esencia de las montañas de cabezas ambarinas:
¡mírenme!, ¡mírenme en esta noche encabritada,
noche de las estrellas fugaces!, quiero yo narrarles la historia de la
tristeza:
de la misma manera que el agua en su
caudal disgregó
las voces ahogadas,
alguna vez sobre una herradura de
sangre, oprimida, enmelada, vi a los espíritus ausentes perder bajo los pies
su voluntad de pastoreo,
cuando dentro de las bocas no habían animales, y con las manos profanadas
lloraron un algo de sangre que nadie pudo insinuar, porque no eran lágrimas,
no eran lágrimas,
sino el bramido de una insondable
hendidura que hizo de las hojas del alma una desesperación violácea y enferma.
VII
Vivo con un dolor que va conmigo, silencioso
y mordaz, y yo me huyo de cada poblado, queriendo equivocarme con los días
y las frondosidades, pero el peso
infausto me atosiga como mi sombra, como una mordida de plata; se expone, se
despliega en mí,
y él es mí.
Mientras los demás lloran. Mientras lo demás lloran.
VII
A la tristeza y a los adoloridos,
vean que aún se desvisten los laberintos que yo
sigo sobre mi alma, vean que conduzco, soy, y me diluyo, como la voluntad
entusiasta
en la forma de una avecilla, una
delgada estría hacia
el cielo infinito, posándose,
como lo haría una
paloma de ascua para mirar dónde
se desaguó de
astilleros la pasión
de mi ser.
Yo no he muerto porque me vean como a
un errante, como a un perdido,
no he sido igual a la hierba que maduró en las praderas del olvido, sino
que, tal vez, yo soy la escritura de mi propia respuesta.
Y entonces sigo.
Y entonces, y entonces, y entonces,
yo sigo.
VIII
Deseo: sólo si me han sustraído tu vida, la maravillosa vida, sólo si ya no estás conmigo, sólo si ya de ti no nacen frutas de
colores,
sólo de ahí, de ese relámpago decisivo y absoluto, yo podré despedirme de mí mismo.
Yo podré caminar y perderme en la inmensidad
de las cosas.
Y entonces el fuego lo quemará todo, y entonces el crepúsculo brotará como una luciérnaga moribunda.
Y yo diré adiós.
Adiós a mi noche, adiós a mis pisadas que sollozan, adiós a mis palabras de un lejano himno
del corazón, de térrea felicidad, porque la poesía, vida mía,
la poesía se ha vuelto para mí un viajero fatigado.
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