sábado, 3 de enero de 2015

Obertura.



Es de ilusionarse que este año 2015 sea un despertar de la somnolienta vida, casi anónima, en que ha llevado a un hombre, a medio camino del poeta, y a medio camino de la filosofía, ante un lienzo donde debe pintarse con una venda en los ojos. Sé que no es más que un sueño la realización de mi ser, un tránsito oscuro por espacios oníricos, por faros y oleajes infinitos, en que el mundo se aspecta para ser sentido, redondeado y desesperanzado, sin razón aparente. No hay tal cosa como un despertar del espíritu, una crisis de la existencia o una ruptura con el destino para ningún hombre por sí mismo.

Simplemente se deambula, y hay algo allí también de placer.

Pero ya es momento que, por lo menos, desde la decencia de la estéril gratuidad de mis palabras, haya en mi voz infravalorada, una plataforma de ser, de desgranarse el sentido del mundo en el propio juego de no ser propiedad de nadie, y sin embargo, venir desde todos lados.

Este blog es un espacio de autoafirmación, difusión e introspección de la actividad poética que he llevado desde hace cuatro años. Un matadero del tiempo, una viña de uvas pobres.
Es algo así como un diario de vida de un poeta, si quiere, o un acto metodológico de dar cuenta -por lo menos en el intento vale-, de ese experimentar la experiencia de haber creado algo tan irrisorio, y hoy en día tan inútil, como lo es la poesía.
Y no cualquier poesía, sino de aquella en que va andando lleno de esperanza, hacia ningún puerto.
Dejo con ustedes el primer poema del libro "Caballos planetarios" (2012), "Obertura". 


OBERTURA.
Sobre un claro de luna.

Cuando todo está claro, en el tenue asomo, o desde lo simiente,
yo penetro la sustancia misma como el día que clarea,
pero no de incoherentes líneas mías, sino por anchos puentes, extremidades de lenguaje invisible, ido, extraviado,
que de un lado a otro cruzo encima de una cimbra de mutaciones, y en el agua, como en el espejo, las apariencias emergen junto a un loto,
decorando y desnudando la pregunta de los cisnes.

Análogo a un monje, sobre mí alguna vez desgranaron los sonidos en la forma de una cascada de hondos tambores.
De cuándo fue la primera descarga, no tengo recuerdo, pero al darme cuenta fue soberana mi conciencia del fondo hosco,
de que tanto el ruido y el silencio son una misma condición humana, sobrepuesta en la vida y que reposa en su subsistencia por el encadenamiento de todas las cosas.
Así, pensé en mi viaje como un significado en el vacío.
Bajan las montañas rebasando la tarde, y el cielo es un corazón rojo: ya sabemos  que para el espantapájaros
 sólo con el viento se alcanza a ser.

Empero, ¿para qué la vertical montaña, si antes de la altura, las flores del té ya habían instituido en el camino su base y su unidad?

Me detengo a contemplar tu falda blandida, macizo colosal, y aquí que pasen las días con sus tiempos.
Hombres nosotros, bajo tu techo.
Yo me sentaré sobre las raíces inadvertidas que cruzan el ciempiés, para que me aceptes aquí dormir, como a una piedra, como a una musaraña,
si en ello se describieran mis ojos, si en ello la ocurrencia de nuestro encuentro cosieran orillas de tus altitudes o alzara invocaciones a los monjes pobres.
Pero yo sólo te pido una cosa: deja a mi alma tranquila que se desate en el llover.

II
Sopla meciendo, el viento, tu velo auroral, y siento en mí una palpitación indecible:
cómo ciego y mudo, me silbaban, de hojas estridentes, de piélagos misteriosos, yo sordo yo nieve
lejos cantaba una redonda mácula, volaban inimaginables alegorías, siendo o sido, por las nubes entre los gorriones
¡ah! sobre mi alma adolorida yace una luciérnaga, y al mismo tiempo un clavel florece fitomórfica estalactita de torno nómade, 
maraña instituida que de vidrio mortífero su claridad a posarse para siempre se vino sobre mi ventana;
Allí se estableció, como un silencioso torrente desbocado en mis sueños, o como un pájaro herbáceo que echó sus afables raíces tras la yema de un crepúsculo tendido sobre un tiempo imaginario:

Vuelas hacia mí, sin ser visto, y te posas en mi alma, que es tu alma,
y cantas el polen, y perfumas la estancia castaña de tu domicilio, porque no es el sol el recipiente de tus graznidos, ni atolón,
el límite enhiesto donde se despliega el brillo dorado del amaranto, pero, y si a veces ya no creces, ¿dime, si no, qué será, aquello de lo que te detuvo al nacer humano?

III
¡Ay alma!, misteriosa la anchura de esta ave, o el lugar de esta flor, que pasa entre abrazos por el cielo, aromas bajo la tierra, mezclando azulino raigambre:
pasa, pasa, pasa como un pensamiento vistiendo de plumas su sombra oscura, pasa y pasa, sin contenerse, explorando el territorio de mi cuerpo finito, de arena calmosa,
 de río quieto, desatándose en la desembocadura de mi mente:
oh pluma, dedo de silencio en la arandela del escritor, se advirtió en tu croquis ficticio toda la fuerza del viento,  
ósculo plácido que la vida nos contaron de los nubarrones, ecos provenientes de los espíritus innumerables, otros, desde senderos remotos:
aquella ave anidó en mi descanso, bajo su corola vegetal de sueño eterno, o una raíz espiritual que nunca yo supe diferenciar
 aquel oigo de yo, oídlo, es el pequeño clavel de la ventana,
la flor que entona en su florescencia una burbuja de polen, contenida, en la alturas más altas donde nace su estrío y como un idioma regresó para hablar el hablar de todos nosotros.

IV
Y luego la noche ronca en mis oídos.
Y es la hora de escribir.

V
-De una hoja, se quedaron tras sus voces los últimos otoños.-

VI
Cuando llega la noche estrellada,
a las parcelas levanto mi oración del cielo, entelequias de la más alta llanura, galernas silvestres, en cuya prolongación se fragua vigorosa la esencia de las montañas de cabezas ambarinas:
¡mírenme!, ¡mírenme en esta noche encabritada, noche de las estrellas fugaces!, quiero yo narrarles la historia de la tristeza:
de la misma manera que el agua en su caudal disgregó las voces ahogadas,
alguna vez sobre una herradura de sangre, oprimida, enmelada, vi a los espíritus ausentes perder bajo los pies su voluntad de pastoreo,
cuando dentro de las bocas no habían animales, y con las manos profanadas lloraron un algo de sangre que nadie pudo insinuar, porque no eran lágrimas,
no eran lágrimas,
sino el bramido de una insondable hendidura que hizo de las hojas del alma una desesperación violácea y enferma.

VII
Vivo con un dolor que va conmigo, silencioso y mordaz, y yo me huyo de cada poblado, queriendo equivocarme con los días
y las frondosidades, pero el peso infausto me atosiga como mi sombra, como una mordida de plata; se expone, se despliega en mí, y él es mí.
Mientras los demás lloran. Mientras lo demás lloran.

VII
A la tristeza y a los adoloridos,
vean que aún se desvisten los laberintos que yo sigo sobre mi alma, vean que conduzco, soy, y me diluyo, como la voluntad entusiasta
en la forma de una avecilla, una delgada estría hacia el cielo infinito, posándose, como lo haría una paloma de ascua para mirar dónde se desaguó de astilleros la pasión de mi ser.

Yo no he muerto porque me vean como a un errante, como a un perdido,
no he sido igual a la hierba que maduró en las praderas del olvido, sino que, tal vez, yo soy la escritura de mi propia respuesta.
Y entonces sigo.
Y entonces, y entonces, y entonces, yo sigo.

VIII
Deseo: sólo si me han sustraído tu vida, la maravillosa vida, sólo si ya no estás conmigo, sólo si ya de ti no nacen frutas de colores,
sólo de ahí, de ese relámpago decisivo y absoluto, yo podré despedirme de mí mismo.
Yo podré caminar y perderme en la inmensidad de las cosas.
Y entonces el fuego lo quemará todo, y entonces el crepúsculo brotará como una luciérnaga moribunda.
Y yo diré adiós.
Adiós a mi noche, adiós a mis pisadas que sollozan, adiós a mis palabras de un lejano himno del corazón, de térrea felicidad, porque la poesía, vida mía,
la poesía se ha vuelto para mí un viajero fatigado.

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