Yo soy el
hombre alfarero, la goma de borrar,
oh, dolor,
oh, dolorido,
como el agua
que recorre debajo de las hojas la sed del viento y la vida.
Hay ríos, sí, tantísimos,
que se
refugian debajo de las telas de los fantasmas y hay una voluntad
que se
patrocina arrendando las palabras.
Ah Poesía, ¿qué
hay de ti, oh, real?
Yo soy tan sólo el torno inútil en que retumba el espíritu con la escritura, o de una
mancha,
el límite de su forma.
Pero afuera,
afuera hay
una ventana que prospera sin marcos,
afuera un pájaro que pasa sin sombras, libre en
sus alas, y sobre la atmósfera
todo palpita
y viaja en las cosas
con un amor
y una bondad inaplazables, tatuando sus hegemonías sobre mí.
Yo, como un
caballo de agua, soy, irremediablemente prófugo,
blando,
irremediablemente
mundo.
Yo soy el
hombre funesto,
la cerradura
esculpida en ónix, el
paraguas entreabierto, siempre,
oh, dolor,
oh, dolorido, soy el de la incomprensible alegría,
el que todo
lo interrumpe en una tarde consumida de velas, y con dilemas y calles
obscurecidas,
ama los
rincones de las ciudades a mitades de vida, y a mitades de muerte.
Yo soy el
poeta, sí,
el rostro en
espera y cópulas sin
condiciones, el que se detiene en el límite
de este mundo a mirar
el delgado
hilo que se aparea con el llanto de la noche.
Soy el que
te escribe su silencio en una copa, el que reúne el duelo y las cosas
con órganos de arcoíris,
con un agua
gastada que se parece tanto a ti, pero lleva mi nombre en sus caminos,
y va entre
las piedras
y las lunas
que no hallan sus formas, y que a veces me acompañan fronterizas a los sueños,
y a veces,
como tú, también llegan a ser hermosas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario